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Las democracias también se suicidan

Publicado: 2010-12-11

Hace algunos años el argentino Guillermo O’Donnell  decía en una entrevista que “las democracias  no sólo sufren muertes rápidas, como un terremoto. También pueden sufrir y más insidiosamente, una muerte lenta, como una casa carcomida por las termitas”. Se podría decir, además, que las democracias, gracias a los políticos,  también se suicidan. Algo de ello sucede en estos días.

Porque resulta, en verdad, una vergüenza el poco interés que se ha prestado a la denuncia de Jaime Bayly respecto a que el presidente García tendría un supuesto plan golpista en caso que Ollanta Humala –más allá de que ello sea posible o no– gane las elecciones el próximo año.  En un país, digamos democrático, lo dicho por el Presidente en esta conversación –incluyendo esta otra afirmación: “no seas cojudo, la plata viene sola”–hubiese ocasionado no solo un escándalo político de proporciones sino que habría motivado también una severa investigación. Sin embargo, aquí, como se dice, no pasa nada.

Algunos han querido “rebajar” este hecho argumentando que estamos ante una conversación privada entre dos personas, olvidándose que una de ellas es el propio Presidente de la República y, por lo tanto, todo lo que diga o haga tanto en el ámbito privado como en el público, siempre tiene consecuencias políticas. La razón es simple: el Presidente es un personaje –además de público y único–que tiene dos atributos básicos: a) está obligado a respetar y hacer cumplir la ley; y b) tiene un poder que no tiene cualquier ciudadano. Por ello, su comportamiento debe estar siempre sujeto a la crítica. No ejercerla, renunciar a ella o reprimirla, es, simplemente, abonar el camino al autoritarismo. Esa fue la historia en la década de los 90 y que terminó, como sabemos ahora, en la imposición de una dictadura corrupta.

Sin embargo, el hecho es aún más grave cuando está de por medio la realización de un proceso electoral que es, justamente, el momento en que se expresa la voluntad popular. Amenazarlo, como habría hecho el Presidente, no es solo un dislate o una infeliz e inofensiva frase dicha de pasada en una cena privada, es más bien un dato de la mayor importancia,  ya que sin  elecciones o con elecciones controladas, como sucedió en el fujimorismo, no hay democracia. Lo que existe en ese caso  es una dictadura.

Por eso pasar por agua tibia esta amenaza a las elecciones y esta apología a la corrupción, como han hecho la mayoría de políticos y algunos medios (uno de ellos le dedicó apenas cuatro líneas) no es solo un gran error sino también expresión de un comportamiento que demuestra el poco espíritu democrático que hoy existe en las elites del país. No defender al candidato amenazado, más allá de gustos y colores, porque no se le quiere “inflar” electoralmente o porque es percibido como una “amenaza” al sistema es jugar a favor del autoritarismo y la intolerancia, y en contra de uno mismo. Es pensar que en la democracia todo vale, incluso traicionarla.

No nos debe extrañar, en este contexto, que hoy la democracia y sus instituciones (incluyo a los políticos, a los partidos, al Parlamento, al PJ, a las FFAA y la PNP, y al Presidente) tengan una bajísima legitimidad. Son, pues, las termitas de las que nos habla O’Donnell y que están carcomiendo, suicidamente, las bases de la democracia. La reciente  sentencia del TC que establece sanciones penales a todos aquellos que publiquen información de interés público procedente de interceptaciones de las comunicaciones (me pregunto si Jaime Bayly grabó la conversación con el Presidente)  y que protege a los corruptos, ratifica en el imaginario ciudadano que esta democracia promueve la impunidad. Esta sentencia afecta a la libertad de prensa pero también a la propia democracia. Hoy los que administran el sistema democrático caminan al borde del precipicio y no han tenido mejor idea que gritar todos juntos: adelante.

La República 11/12/2010


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DISIDENCIAS

Un blog de Alberto Adrianzén