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Ocaso de los políticos profesionales

Publicado: 2011-01-22

Es probable que estas elecciones pasen a la historia por ser, acaso, la coronación de la política entendida como un ejercicio mediático. Dicho en otras palabras como un espectáculo. Basta ver la “fiesta naranja” y a Keiko Fujimori bailando encima de un gran televisor de cartón como escenografía y símbolo; o a quienes encabezan algunas listas parlamentarias  o son candidatos para constatar, finalmente, que la política ya no está asociada a los políticos y sí más bien a aquellas personas que ejercen actividades por fuera de la propia política. El lema de estas elecciones bien puede ser la canción del Grupo 5: “Para político no”.

Es cierto que partidos y políticos han contribuido entusiastamente para que ello ocurra. Algunos partidos son verdaderas fábricas de reciclaje político y de subasta de puestos al Congreso. Un buen número de parlamentarios son conocidos por sus apodos: “comepollo”, “robaluz”, “mataperros”. A ello se suma la crisis abierta del APRA y del PPC . No es extraño en este contexto que muchos candidatos al Parlamento lo primero que digan cuando son entrevistados es que “no son políticos” y que por ser tales, curiosamente, pueden hacer “política”. No estamos frente a una selección de candidatos para el Congreso sino más bien frente a un casting para un reality show.

La mayoría de partidos ha optado por llevar en sus listas a pastores evangélicos, deportistas, cantantes, vedettes, actores, conductores de programas de TV, y probablemente serán ellos y no los políticos los que ocupen los espacios más llamativos en los medios de comunicación y en el futuro Congreso.

La pregunta que habría que hacer es en qué momento la política dejó de ser una profesión de los políticos para convertirse en una actividad  que puede ser ejercida no solo al margen sino hasta incluso de manera contraria a lo que es su propia especificidad.  Es decir, cuándo la política dejó de ser un saber y un oficio especializado. Es cierto que detrás de este hecho hay un elemento democratizador. La idea de que cualquier ciudadano pueda ser político y hacer política contiene un elemento igualitario. Eso ocurre cuando asistimos a un cambio de la elite política; es decir, cuando un grupo en el poder es reemplazado por otro que muchas veces es de signo contrario y que no ha sido parte de las estructuras de dominación. Eso sucede en Bolivia, más allá del juicio de valor que se tenga sobre dicho proceso.

Sin embargo, la otra pregunta es qué sucede cuando ese cambio no se fundamenta en una legitimidad política ni en una reforma del orden político,  y cuando aquellos que reemplazan a los “viejos políticos” justifican su nueva ubicación afirmando que no son políticos.

Cuando eso ocurre, sospecho, la política y la democracia no solo se convierten en un simulacro sino que también –esto es lo más importante– el poder  deja de estar en manos de aquellos que ejercen la política. Política y democracia son vaciados de contenido para convertirse en simple espectáculo y adorno. Por eso se recurre a personajes “conocidos” que “jalan” votos y no a los propios políticos. Los que gobiernan no son los políticos sino más bien otros.

No es extraño que este proceso de “espectacularización” (o mediatización) de la política venga acompañado al mismo tiempo de un proceso de “opacidad” de la democracia, de restricción de la participación política en temas fundamentales y de escándalos que legitiman la creencia de que los políticos son corruptos y la  política es “sucia”. Pero es también la instalación de un círculo vicioso que conduce a un deterioro creciente de la calidad de la política y de la democracia. El “nuevo personal” no es capaz de reformar la política porque, curiosamente, se niega a hacer política. Es el viejo truco de hacernos creer que gobernamos cuando son otros (los poderes fácticos) los que nos gobiernan. Es, finalmente, el crepúsculo del deber, el fin de los políticos profesionales y de la política como virtud, y el inicio del show y del “gatopardismo”.

La República 22/01/2011


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Un blog de Alberto Adrianzén