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“Hoy un juramento, mañana una traición”

Publicado: 2011-01-29

Cabe preguntarse a estas alturas si las elecciones son un mecanismo de solución de la crisis política en este país. Por lo que viene sucediendo con los partidos y la democracia, diríamos que la respuesta es no. El problema principal es que aquellos que vencen en las elecciones no son capaces de transformar la mayoría electoral ganada en una mayoría política.

Si se observa bien lo que viene sucediendo en la región andina, más allá de la opinión que se tenga sobre los procesos en estos países, lo real es que la inestabilidad política se ha comenzado a resolver mediante la conformación de mayorías políticas. Incluso, se podría afirmar que una manera de fortalecer la democracia es mediante la creación de estas mayorías. Hoy Ecuador tiene un presidente que ha logrado ejercer su cargo por más años que sus tres antecesores elegidos en ese país. En Bolivia es difícil imaginar, más allá de los últimos problemas que enfrenta Evo Morales, que puedan repetirse procesos similares a los que terminaron con los gobiernos de Sánchez de Lozada y Carlos Mesa. Incluso, en países de signo contrario como Colombia, se da este proceso de conformación de una mayoría política. También se puede incluir en este caso al gobierno del PT en Brasil, primero con Lula y hoy con Dilma.

Contrariamente, lo que tenemos en nuestro país son, por un lado, minorías políticas, y por otro, efímeras mayorías electorales que rápidamente se deslegitiman y que vuelven precaria la democracia. Eso fue Alejandro Toledo y eso es hoy Alan García. Sus victorias electorales no se transforman en triunfos políticos capaces de establecer una nueva hegemonía.

Las razones de esta incapacidad que nos condena a vivir en una democracia precaria y en una sociedad desigual y altamente conflictiva son varias: a) el incumplimiento de las promesas electorales; b) la cooptación del Estado por los lobbies y los grupos de poder económico; c) la ausencia de un talante reformista de estos gobiernos; d) la escasa institucionalidad del Estado y del sistema político; e) la crisis de los partidos y de la representación; y f) la corrupción. La crisis reciente en el PPC (sería bueno que todos lean la carta de Javier Bedoya), pero también en el APRA, son casos paradigmáticos de esta falta de institucionalidad política en los partidos más antiguos del país. Seguramente se pueden añadir otros factores como las normas que regulan los procesos electorales. Sin embargo, lo que importa anotar es que el Perú a diferencia de lo que hoy sucede en los países andinos, incluyo a Colombia y Chile, ha optado por otro camino que consiste en dejar de lado la política institucional y fortalecer un caudillismo sin instituciones. Keiko Fujimori es un buen ejemplo de ello, pero también lo son Alejandro Toledo, Luis Castañeda y PPK.

Perú Posible no es un partido; el APRA, acaso, un remedo de monarquía con varios señores feudales en pugna; el fujimorismo un engaño masivo revestido de música y baile, y que representa, como se dice, el lado oscuro de la fuerza; y Solidaridad Nacional un portaestandarte del nuevo odriísmo. Basta ver las listas parlamentarias para constatar esta suerte de antihegemonía política de estos partidos.

La mejor expresión de todo ello es que una vez instalados en el gobierno –y allí están los ejemplos de Toledo y García– lo primero que hacen es “olvidarse” del programa que ofrecieron en las elecciones. Por eso sus partidos son simples maquinarias electorales, los militantes clientelas que son movilizadas solo en épocas electorales, y las elecciones un campeonato de mentiras. Las elecciones, en este contexto, se pueden resumir, como dice la letra de un tango, en la frase: “Hoy un juramento, mañana una traición”. Por eso también, tránsfugas no solo son los parlamentarios sino también los presidentes.

Un último punto: se acaba de conformar el Tribunal de Honor del Pacto Ético Electoral promovido por el JNE. Sería positivo que este Tribunal no solo se fije en lo que hacen los partidos en estas elecciones sino también algunos medios de comunicación que, en muchos casos, son los principales responsables de la “guerra sucia” que hoy se vive.

La República 29/01/2011


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