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Partidos de baja intensidad

Publicado: 2011-02-05

En el país existe una regla política bastante curiosa: mientras más se desarrolla la democracia electoral, menos capacidad tienen los partidos para consolidarse institucionalmente y mucho menos para construir un sistema de partidos. Por ejemplo, no se ha podido reducir el número de partidos en estos diez años de democracia. Lo que viene sucediendo es el aumento de las organizaciones políticas con representación en el Congreso. Según las encuestas (el APRA está en veremos) serán cinco los partidos o frentes que logren pasar la valla electoral: Perú Posible, Solidaridad Nacional, Gana Perú (Partido Nacionalista Peruano), Alianza para el Gran Cambio y Fuerza 2011.

Sin embargo, con la sola excepción del PNP, las otras cuatro organizaciones son como las muñecas rusas (matrioska): no contienen un partido sino varios a su interior. De darse este resultado la cifra llegaría a quince partidos reconocidos legalmente. Perú Posible va en alianza con AP y SP. Solidaridad Nacional lleva como vagones a Cambio 90, UPP, Todos por el Perú y Siempre Unidos. La Alianza para el Gran el Cambio al PPC, al Partido Humanista, a Restauración Nacional y Alianza para el Progreso. Fuerza 2011 a Renovación Nacional. Si proyectamos este resultado, la composición del Congreso probablemente será más fragmentada de la que existe hoy; con agrupaciones que solo tienen el membrete de partido y cuyo objetivo principal, además de satisfacer vanidades, es servir a intereses personales o de grupo.

Y si a ello le sumamos las crisis de los dos partidos más antiguos en el país: el APRA y el PPC, resulta evidente que estamos tocando fondo. En este contexto la crisis del PPC, agravada por la actitud del líder de ese frente que ahora lo cobija, es bastante ilustrativa de lo que viene sucediendo en la mayoría de las organizaciones políticas y de cómo estas alianzas electorales en lugar de fortalecer a los partidos que las integran terminan por debilitarlos.

El caso de la congresista Alcorta es un buen ejemplo de ello. La “invitación” a uno de los militantes que perdió las elecciones internas en el PPC (Lourdes Alcorta) por el candidato presidencial (PPK) para que integre la lista congresal viola la institucionalidad del partido y establece un régimen de privilegio para algunos candidatos. Siempre se gana, incluso perdiendo, y eso no es bueno para la meritocracia al interior de los partidos.

Es cierto que se puede argumentar que Lourdes Alcorta, más allá de sus posiciones abiertamente derechistas y autoritarias, es una figura destacada del PPC en el actual Congreso. Juan Carlos Tafur ha dicho: “Lo que hizo el PPC con ella es una deslealtad sin nombre… PPK ejerciendo un derecho que le corresponde al candidato presidencial, tuvo el buen gesto de convocarla”. Sin embargo, si creemos en la institucionalidad de los partidos y en los partidos mismos como una pieza clave de la democracia, nada justifica este como otros hechos. Perder una elección no es una deslealtad, es un resultado, salvo que se pruebe que hubo fraude.

Lo que viene sucediendo es consecuencia no solo de la existencia del voto preferencial sino también de una democracia y de un proceso electoral cuyo rasgo principal es la espectacularidad. Importan más las figuras mediáticas y las caras bonitas que los militantes y los políticos. Es el reino del individualismo, de la vanidad, de la antipolítica, de los lobbies y de la política como negocio.

No sería extraño que en el corto plazo terminemos por aceptar la idea de que los partidos son un estorbo para ganar una elección.

Por eso, lo que hoy campea en el mundo de la política es la fragmentación de la representación, la informalidad, el transfuguismo, una precaria institucionalidad en los partidos y el imperio, así se le puede llamar, de las personas y no de las instituciones. Lo que existe son “partidos” (y una democracia) de baja intensidad al servicio de unos pocos.

La República 05/02/2011


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