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Las campañas políticas como show

Publicado: 2011-03-12

Parece que los debates presidenciales, como me dijo una amiga, ahora se “guionizan y pautean meticulosamente pensando en la lógica de las cámaras de TV y no de la esfera pública donde se solía discutir y crear la opinión pública”; en parte porque para los candidatos y en la lógica de las actuales campañas electorales a los electores hay que cautivarlos y no convencerlos con argumentos. Las campañas están hechas para llegar solo al corazón y no a la razón. Por eso no importa lo que digan sino el tiempo en que lo dicen; no importa el argumento sino la entonación que usen. De lo que se trata es de caer bien y empatar con un sentido común que, muchas veces, los propios medios organizan y moldean.

Por eso las campañas son poco confrontacionales y los debates aburridos. Pierden ese encanto que tenían en el pasado, donde dominaba muchas veces la pasión de las ideas y de las ideologías. Ahora se trata de no desentonar. En este contexto, las opciones de los electores son pasajeras; son útiles en la misma elección,  puesto que se busca, antes que crear una identidad y una lealtad políticas, solo ganar su voto en ese momento único que son las elecciones. La volatilidad de los electores, por ello, guarda relación no solo con la debilidad de los partidos, como se suele decir, sino también con un tipo de campaña electoral que no tiene continuidad en el tiempo político de un país y que está reducida al tiempo mismo que dura la campaña. La próxima será distinta a la anterior y así sucesivamente.

En estas campañas, antes que ideas lo que sobresale son las imágenes. Un buen ejemplo es cómo el fujimorismo celebró el Día de la Mujer. Keiko Fujimori habló unos pocos minutos, para luego dedicarse a bailar y a estrenar su nueva canción de campaña. La política no existe, es vaciada de contenido, para convertirse en un  simple show cuya función principal es agradar. La política es reemplazada por una discoteca. Es un  tipo de campaña donde  la política aparentemente estorba. Digo aparentemente, porque de lo que se trata es de esconder que se hace política a través de mediaciones que pretenden ser presentadas como lo contrario. La política renuncia así a la que es una de sus funciones básicas: criticar el sentido común para crear uno nuevo.

Tampoco nos debe extrañar que los regalos sean parte de la estrategia en este tipo de campañas. Si los electores piden y reciben estos regalos -y esto es lo lamentable- es porque saben que es eso lo único que pueden esperar de un político. Es la conversión del político en padrino. Eso, sospecho, es sobre todo el fujimorismo. También el disfraz es otra estrategia. Basta ver, al igual que Alberto Fujimori, como se disfraza Alejandro Toledo en esta campaña para concluir que todo ello es una impostación, un show.

Por lo general, estos procesos vienen acompañados de otro: la despolitización de los partidos y la conversión de la militancia en mano de obra que actúa en un nuevo mercado laboral que se crea temporalmente durante la campaña. Si antes la militancia realizaba un trabajo sacrificado, hoy, en la mayoría de los casos, realiza una labor remunerada. No está demás decir que esto es una consecuencia directa de la existencia del voto preferencial, que no solo genera una suerte de “guerra” entre los candidatos de un mismo partido sino que es también una de las razones principales del alto costo de las campañas electorales.

Como no se trata de volver al pasado, estamos en la obligación, si queremos una democracia ciudadana y de partidos, de cambiar no solo el formato de los debates presidenciales sino también las reglas del proceso electoral. Por eso, las recientes críticas de Ollanta Humala a la manera en que se organizan estos debates presidenciales son un buen punto de partida si queremos elecciones que establezcan diferencias políticas entre los candidatos y no simples shows mediáticos.

La República, 12 de marzo de 2011


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DISIDENCIAS

Un blog de Alberto Adrianzén